sábado, 17 de octubre de 2009

Actualidad: De tramposos, vedettes, políticos y periodistas corporativos

El estudiante copión según Kant
Acabamos de pasar una prueba como quien se copia, no tanto por el valor de la prueba misma sino por algún otro fin diferente. Como cuando uno se copia en un examen, la prueba se pasa, pero con los ojos puestos en otro lado.
Se trata un poco de lo mismo que el filósofo Kant decía con respecto a las acciones correctas: hay acciones que sólo coinciden exteriormente con lo que deberíamos hacer. Kant decía algo así: las acciones deben estar motivadas por el deber, es decir, deben ser realizadas porque el deber nos manda a ello; por ejemplo, que un estudiante ayude un compañero a estudiar una materia en la que no anda bien. Supongamos que observamos cómo el compañero realiza la acción que el deber manda: nada nos garantiza que internamente su acción (ayudar al compañero) no haya sido motivada porque en realidad quería conocer a la hermana y no porque el deber así lo mandó.



Si nadie nos pilla, hemos pasado con éxito la prueba, es decir, hemos realizado el examen como corresponde, aunque terminemos sin saber nada de la materia en cuestión, aunque nuestros objetivos hayan sido otros.
Sin caer en los trillados argumentos de la oposición, podemos decir que tanto el gobierno como la oposición son víctimas de este tipo de afortunada coincidencia o, como decía Kant, de esta conformidad con el deber. No trato de pensar en el deber, que es cosa kantiana incognoscible, sino más bien en los objetivos político-ideológicos de nuestros queridos políticos y periodistas.
La nueva ley de medios es la prueba en la que nos hemos copiado. Unos y otros se han copiado, han hecho todo el examen con los ojos puestos en otro lado. Claro, la política siempre es un poco poner los ojos en otro lado, lo importante es qué es eso otro que miramos. De periodistas lacayos de sus jefes y propietarios no tiene sentido gastar ni siquiera espacio de este espacio- sin-espacio cibernético. De nuestros políticos, a pesar de todo, la discusión no es muy complicada: nada nuevo hay que decir, basta con recordar antiguas oposiciones y antagonismos no superados para comprenderlo. ¿Está el gobierno pensando en modificar algo de lo que sería el punto de partida de toda política humana: modificar las desigualdades que matan personas, peor aún, que las obligan a vivir en condiciones humillantes, llenas de sufrimiento, dolor, aislamiento? ¿Tiene puesta la mirada por allí o por algún otro lado? Al igual que el problema kantiano, eso es imposible de observar: no podemos ver las intenciones interiores que motivan las acciones. De acuerdo. Podemos ver sólo las acciones y sus consecuencias.
Si con la 125 no tuvimos la fortuna de ver dónde estaba puesta la mirada, porque los oligarcas de siempre lograron hacer lo que mejor hacen, esto es, convencernos de que luchaban para defender nuestros intereses, con esta nueva ley de medios el tiempo dirá. Desde luego, tampoco se trata de ser tan condescendientes: alcanza con ver cómo se ha transformado la pobreza para intuir lo que tiempo nos traerá.

Las vedettes de la tarde
De nuestros queridos comunicadores y leales periodistas corporativos (hago así alguna distinción para salvar a los que todavía queremos, que lo hay), podríamos usar un poco de argumentación pesada, que es lo que no suele escucharse o verse por ahí. Creámosles un segundo al menos sobre su preocupación en torno a la libertad de expresión. Supongamos que la preocupación es sincera (cosa más improbable que ver a Bush (o a Obama, vamos) con una camiseta del Che), deberíamos preguntarnos algo un tanto más estructural: ¿es que existe acaso la libertad de expresión? Para no preguntarnos si por cierto es un derecho inviolable e inalienable (que para el caso, hay tantos derechos que no se respetan, que bué…). Eso que estamos a punto de perder en manos de los “tiranos” (que mandaron la 125 al congreso y la ley de medios con las modificaciones que la opinión pública –léase, los medios– al Congreso), ¿lo tuvimos alguna vez?



Por principio, la libertad de expresión no puede existir. Por un lado, por las mismas características tecnológicas de la comunicación: siempre habrá algo que quede afuera, siempre habrá alguna selección subjetiva. Pero además, el ser humano siempre recorta arbitrariamente la realidad que puede conocer, se trata de nuestra capacidad finita y limitada para conocer, se trata de las enormes críticas a las pretensiones de objetividad en el conocimiento científico. En filosofía hace mucho que sabemos que el conocimiento que tiene el hombre sobre la realidad no es del todo objetivo (cuando no es un mero invento): las representaciones son por naturaleza arbitrarias. En segundo lugar, más importante todavía, la posición que tienen los sujetos frente a la realidad nunca es desinteresada y neutral sino que siempre se ubica en una cosmovisión particular, en una ideología particular que funciona como sentido común.
Si con la filosofía resulta un poco difícil, habría que enseñarles a algunos periodistas al menos algo de cine (es que, perdón por ser pedante – acá la culpa es del chancho– hay tanto que ignoran), de aquello que el ruso Kuleshov había descubierto con el montaje: Si tomamos una imagen, supongamos de un hombre mirando fijamente algo, y le insertamos en el medio otra imagen, supongamos un rico plato de ñoquis, la segunda vez que veamos la mirada fija de nuestro protagonista lo veremos con cara de hambre. El principio cinematográfico en su esencia: las imágenes cobran sentido en función de otras imágenes con las que se relacionan. Si en vez de ponerle un rico plato de ñoquis le pusiéramos una bella mujer o un bello hombre desnudos, la mirada de nuestro héroe cambiaría ciertamente.
Con la tele y la radio y los diarios ocurre exactamente lo mismo. Recordemos los montajes de la CNN durante la caída de las Torres Gemelas, durante el golpe de Estado a Chavez, y tantos otros: el sentido siempre es producido, incluso sin tener la intención de mentir. Aun buscando hablar honestamente sobre la realidad, ésta terminará siendo, o teniendo el sentido, que nuestros discursos hayan construido. Claro, la realidad no puede ser creada por los medios, pero sí el sentido que ésta termina teniendo.



Por otro lado, no hace falta prohibir para que la libertad no sea completa. Con un ejemplo alcanzará para explicarme: si la empresa contrata a un empleado que tiene un curriculum en donde los estudios se hicieron en una universidad privada claramente de derecha, en donde sus trabajos demuestran que ha sido un empleado ejemplar (sumiso), que no participa en ninguna actividad sindical ni partidaria, que tiene escritos o declaraciones en donde se defienden los principios básicos del sentido común liberal, etc., etc., no hace falta prohibirle nada ya que la limitación ya está hecha desde el vamos, en la propia formación subjetiva del individuo. Se le ha escuchado decir a más de un periodista que en su empresa nunca se los ha censurado: claro señores, es que no hace falta.

El copión se ratea con la vedette
Poder político y poder mediático no son los únicos poderes. El vínculo de nuestro gobierno con los medios se parece mucho a esos enemigos íntimos que no pueden dejar de salir juntos y fugarse juntos del poder que los observa. Como chicos rateándose del colegio, escapándose de la autoridad.
Y la autoridad, buenos, desearíamos que fuera el pueblo, esa hermosa abstracción. Pero por momentos creemos ver, como en una película, que al lado de la vedette y del tramposo está el preceptor, el vicedirector y hasta el director. ¿Es que queda alguien adentro? Confiamos que a mitad de camino a la vedette se le descosan los hilos de las cirugías y al tramposo se le encuentre el machete, dicho de otra manera, confiamos en que en algún momento, por algunos momentos al menos, a los que debemos tener el poder nos ataquen raptos de lucidez, y la necesidad y el hambre y la injusticia y la explotación no nos permitan olvidar.

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