lunes, 24 de mayo de 2010

Literatura: J. G. Ballard: la sociedad burguesa entre la utopía y el apocalipsis

"Extraña modernidad esta que avanza hacia atrás, el atardecer del siglo XX tiene más semejanzas con sus brutales centurias antecesoras que con el plácido y racional futuro de algunas novelas de ciencia-ficción"
Subcomandante Marcos. 7 piezas sueltas del rompecabezas mundial

I. Introducción: la ciencia ficción y el capitalismo
La literatura de Ballard se compone de un extraño paisaje producido por una mezcla de utopía y de apocalipsis. El capitalismo asociado al desarrollo tecnológico ha logrado la fusión originaria de estos dos conceptos aparentemente contradictorios, tal vez mostrando que detrás de la utopía capitalista sólo se esconde el apocalipsis de nuestra humanidad. Esta originalidad se debe a la propia originalidad de la literatura de Ballard frente a la ciencia ficción tradicional que, incansablemente, nos ha propuesto utopías tecnológicas en donde el desarrollo de la humanidad se ve ampliamente superado.




Dice Ballard en el “Prólogo” de Crash, “Nuestros conceptos de presente, pasado y futuro necesitan ser revisados, cada vez más. Así como el pasado mismo –en un plano social y psicológico– fue una víctima de Hiroshima y la era nuclear, así a su vez el futuro está dejando de existir, devorado por un presente insaciable. Hemos anexado el mañana al hoy, lo hemos reducido a una mera alternativa entre otras cosas que nos ofrecen ahora. Las opciones proliferan a nuestro alrededor. Vivimos en un mundo casi infantil donde todo deseo, cualquier posibilidad, trátese de estilos de vida, viajes, identidades sexuales, puede ser satisfecho en seguida. / Añadiré que a mi criterio el equilibrio entre realidad y ficción cambió radicalmente en la década del setenta, y los papeles se están invirtiendo. Vivimos en un mundo gobernado por ficciones de toda índole: la producción en masa, la publicidad, la política conducida por una rama de la publicidad, la traducción instantánea de la ciencia y la tecnología en imaginería popular, la confusión y confrontación de identidades en el dominio de los bienes de consumo, la anulación anticipada, en la pantalla de TV, de toda reacción personal a alguna experiencia. Vivimos dentro de una enorme novela. Cada vez es menos necesario que el escritor invente un contenido ficticio. La tarea del escritor es inventar la realidad” (BALLARD, 1979 (b): 11-12). Dentro de esta parálisis histórica, producida por una producción del deseo sujeta al incansable retorno de la mercancía, la ciencia ficción “inventa realidad” porque pone en evidencia el substrato material sobre el cual descansa esta utopía/apocalipsis capitalista. Que la ciencia ficción invente realidad es sólo una aparente contradicción, apenas un juego de palabras en la medida en que la invención sólo puede ser percibida como una ficción para el ideologizado sentido común que no puede tomar distancia de su propio medio de existencia. Leemos en Noches de cocaína: “Lo irreal prosperaba por todas partes, un imán para incautos” (BALLARD, 1997: 17). Lo irreal llena el mundo, buscando una utopía que, en los balnearios de esta novela, se describe así: “la arquitectura blanca que borraba la memoria; el ocio obligatorio que focilizaba el sistema nervioso [...]; la aparente ausencia de cualquier estructura social: la intemporalidad de un mundo más allá del aburrimiento, sin pasado ni futuro y con un presente cada vez más reducido” (BALLARD, 1997: 36). Pero esta utopía coincide con el apocalipsis, se confunde con él. Cuenta Ballard en su libro autobiográfico La bondad de las mujeres sobre el campo de concentración: “nadie sabía cuándo acabaría la guerra [...] y los internos trataban de hacer frente a la interminable espera a base de borrar el tiempo” (BALLARD, 1993: 37).
La utopía se confunde con el apocalipsis en la producción incesante de mercancías. A su vez, esta producción de mercancías continúa un aparente ritmo incesante de la tecnología. La tecnología vuelta mercancía traería a las sociedades industriales un nivel de confort y placer que haría que el sufrimiento humano desapareciera de una buena vez. Si científicamente el liberalismo clásico se jugó al optimismo natural de la economía, literariamente, la ciencia ficción ideó el futuro de dicho desarrollo. La ciencia ficción de los siglos XVIII y XIX, como Jonathan Swift, Lord Lytton o Samuel Butler, dieron el punta pié inicial, pero es la del siglo XX, una vez que el desarrollo tecnológico despegó de la misma forma en que lo hicieron las contradicciones sociales, la que ideó las utopías tecnológicas sin cuestionar las bases impensadas de nuestra sociedad. A pesar de Ballard, que niega su influencia, Wells fue el primero que puso en duda dicho optimismo con su “escepticismo metafísico y herético” (WELLS, 2000: 24). Pero al margen de Wells, la imagen pareció acompañar la utopía de la alianza entre el capitalismo y la tecnología.


II. El paisaje de la utopía y del apocalipsis.
Los paisajes de Ballard. Territorios desbastados, confines, ciudades abandonadas, naciones perecidas, geografías secas, sumergidas, oscuras. Edificios supermodernos y autosuficientes, balnearios exclusivos, ocio improductivo, abundancia de mercancías. El paisaje definido por Ballard en sus novelas y cuentos varía entre la pobreza y la abundancia, entre la vitalidad y la muerte, entre el ocio y el trabajo, entre la sofisticación y el primitivismo. Entre la sequía (BALLARD, 1979) y la inundación (BALLARD, 1988). Un mundo en ruinas, repleto de objetos-fóciles que representan el esplendor de la sociedad de consumo quebrándose y dejando entrever un interior violento, caótico y desbordante. Esta doble caracterización del espacio literario en donde sus historias son narradas, es el producto de la alianza entre el capitalismo y la tecnología. Este paisaje ambiguo es, para Ballard, el paisaje del presente reducido que se ha tragado al pasado y al futuro. Por eso, las novelas de Ballard tienen su fundamento, para decirlo filosóficamente, en las condiciones materiales de existencia de nuestra sociedad actual. Lo que hace que, aún cuando se trate de un pasado, como en El Imperio del Sol, o de un futuro, como en Hola América, nunca haga otra cosa que hablar de nuestro presente, es decir, de la sociedad instituída por la alianza entre el capitalismo y la tecnología. Así se describe esta alianza, y sus consecuencias, en El Rascacielos: “El edificio de apartamentos estaba creando un nuevo tipo social, una personalidad fría y cerebral impermeable a las presiones psicológicas de la vida en un rascacielos [...] Por primera vez eliminaba la necesidad de reprimir cualquier tipo de conducta extravagante, y les permitía dedicarse a investigar los impulsos más anómalos y perversos [...] En muchos sentidos, el edificio de apartamentos era un modelo de todo lo que la tecnología había desarrollado, haciendo posible de este modo la expresión de una psicopatología auténticamente «libre»” (BALLARD, 1983: 49-50).




El afuera de esta sociedad, el futuro de esta sociedad, apenas si es nombrado en su literatura. Y, cuando lo hace, como en “La ciudad última”, sólo queda en un segundo plano para caracterizar mejor al presente del cual todavía no salimos. En esa novela corta, describiendo la última de las ciudades de la era tecnológica, ahora abandonadas, dice el narrador: “Por todas partes había tiendas de electrodomésticos, muebles, ropas y baterías de cocina, una superabundancia de mercancías que Halloway nunca había previsto. En Ciudad Jardín había pocas tiendas: todo lo que uno necesitaba, ya fuera una nueva cocina alimentada por energía solar o una bicicleta de alta velocidad, se le encargaba directamente al artesano que lo diseñaba y fabricaba exactamente según las necesidades de la clientela” (BALLARD, 1994: 19). Si el futuro imaginado por Ballard apenas aparece descrito, sólo se debe a que funciona como un contraste elemental de la característica de nuestra sociedad: la producción incesante de mercancías.
Ballard profundiza este análisis de los supuestos impensados de la sociedad en sus novelas urbanas La isla de cemento, Rascacielos, Crash y Noches de cocaína. El enorme edificio de Rascacielos, símbolo urbano de ese pico de nuestra “civilización”, se quiebra y deja ascender los instintos más destructivos de la humanidad negados en la clásica visión optimista. Instalado en una verdadera utopía, es decir, en un no-lugar, el rascacielos, con “cuarenta pisos y mil apartamentos, supermercado y piscinas, banco y escuela –todo virtualmente abandonado en el cielo” era un lugar de “oportunidades más que suficientes para la violencia y la confrontación” (BALLARD, 1983: 9). La utopía da un paso más y se convierte en el apocalipsis. La utopía se confunde con el apocalispsis porque no hay distancia que los separe, el fracaso de la utopía es su propia naturaleza. En Hola América, novela situada en un futuro en donde Estados Unidos se derrumbó dejando atrás un desierto semi-vacío, el protagonista, visitante de Europa, escribe en su diario: “Intenté explicarle mis propios sueños acerca de un renacimiento de los Estados Unidos, pero él piensa obviamente que soy muy poco práctico, obsesionado por las marcas registradas y una cantidad de ilusiones infantiles acerca del crecimiento ilimitado. Según él fue el exceso de fantasía lo que mató a los viejos Estados Unidos, toda esa cosa de Mickey y Marilyn, la tecnología más asombrosa dedicada a trivialidades como cámaras instantáneas y espectáculos espaciales que no tenían que haber salido de los libros de ciencia ficción” (BALLARD, 1986: 165). De esta forma, el apocalipsis es la continuación natural para una sociedad dedicada a un consumo y una producción ilimitada de mercancías siempre nuevas. La propia vida de la sociedad de consumo, dedicada a la destrucción de la propia producción y de los recursos naturales, es la utopía y el apocalipsis. No hay distancia entre un estado y otro. Dice el narrador de Rascacielos: “Ahora que todo había vuelto a la normalidad, le sorprendía que no hubiera habido un comienzo, una línea que ellos hubieran atravesado entrando en una dimensión indudablemente más siniestra” (BALLARD, 1983: 9). Sin saber cómo, todo el edificio entrará en una guerra suicida entre los propietarios que hará que ese símbolo del desarrollo tecnológico y del confort se vuelva una pesadilla, un viaje por los impulsos más agresivos de hombres y mujeres.
De esta forma imperceptible se produce la transformación psicópata de la subjetividad burguesa, mediante lo que el protagonista de El mundo sumergido llama la “zona de tránsito” (BALLARD, 1988: 43). La forma en que se manifiesta la transformación, la apertura de esa grieta abierta en medio de la utopía, es la fiebre que sobreviene como pérdida del yo ante el derrumbe del orden burgués, y que, por ejemplo en La isla de cemento, transforma la percepción espacio temporal (BALLARD, 1984). El tránsito de la utopía al apocalipsis suele ser un tránsito producido por una alteración psicofísica, ya sea una infección, un ácido o el hambre. Una fiebre extrañadora se apodera de todos los personajes y permite la liberación de la agresividad. Si todo se vuelve caótico es porque el orden de la sociedad se ha quebrado por algún lado, y lo que discurre por esa grieta es una fiebre que transmuta todas las cosas en violencia. El viaje hacia la fuente del río en El día de la creación se transforma en un viaje, a la manera de Conrad, hacia las profundidades de la subjetividad en donde el orden ya no se impone al caos: “Desenredé sus dedos de mi mano. Su fiebre había cedido, pero yo me sentía incapaz de hacer algo por él, porque había dejado de pensar y de obrar como un médico. Durante el viaje en el Salammbo [el barco] habíamos entrado en un reino donde la enfermedad y la obsesión habían dejado de ser los opuestos de la salud y la enfermedad” (BALLARD, 1990 (b): 232). Del vacío del ocio improductivo a la agresividad a-moral. Igual de imperceptiblemente, la agresividad se adueña de la subjetividad burguesa inactiva y vacía.




III. Psicosis y mercancía
La psicosis destructiva y violenta tiene su ser social o político en el consumo de la mercancía. La sociedad entera existe sólo para producir lo que ha de ser consumido, destruido, envolviendo en esta lógica, como había visto Marx, a las propias relaciones humanas. Los acontecimientos históricos por excelencia son las guerras, que, según El Imperio del Sol, “siempre renovaban el vigor de Shangai, aceleraban el pulso de las calles congestionadas, incluso los cadáveres de las alcantarillas parecían más vivos” (BALLARD, 1985: 55). En Ballard siempre existe ese vínculo macabro entre vida y la violencia: es la violencia lo que imprime vida a esta sociedad. La utopía económica y el apocalipsis psicópata, conducción bicéfala de nuestra sociedad, representada en Hola América por el líder de los habitantes naturales llamado, indistintamente, Charles Manson o Howard Hughes: el psicópata y el economista.
De la utopía al apocalipsis. En Noches de cocaína, el pasaje va del ocio al delito: “nos aguardan sociedades del ocio [...] ¿cómo se estimula a la gente, cómo se le da una cierta sensación de comunidad? [...] Sólo queda una cosa capaz de estimular a la gente: amenazarla y obligarla a actuar” (BALLARD, 1997: 206). Violaciones, incendios, robos, hurtos, asesinatos, y todas las conductas «anómalas y perversas» que queramos imaginar, son el motor que pone en marcha la vida de nuestra sociedad, es decir, que pone en marcha el consumo desenfrenado, el eterno retorno de la mercancía. Se trata de una liberación tanto moral como económica, de un flujo continuo de deseos, impulsos, y producción capitalista. Dice el protagonista de Noches de cocaína: “Las drogas, la prostitución, el juego... todos medios para un mismo fin [...] Una comunidad viva” (BALLARD, 1997: 322). La psicosis acompaña la continua y desenfrenada producción de mercancías. De allí que la subjetividad transformada sea un nuevo tipo social: el fundamento del deseo hay que buscarlo, antes que en la interioridad del sujeto, en la exterioridad de un paisaje fascinado con la tecnología y la muerte. De esta forma, la propia sexualidad de esta nueva subjetividad se encuentra desplegada sobre el cuerpo social, insaciable frente a las infinitas posibilidades que la sociedad ofrece. Dice el narrador de Crash sobre su mujer: “nunca estaría satisfecha hasta que se hubiesen llevado a cabo en el mundo todas las cópulas concebibles” (BALLARD, 1979 (b): 126-127), y el personaje de Compañía de sueños ilimitada decide “asustar al pueblo tranquilo” con su propio sexo, montarse “al pueblo mismo” (BALLARD, 1990 (a): 146). La propia energía del hombre, en este caso sexual, fluye como la energía inagotable de las máquinas y del mundo tecnológico. De la misma manera en que el avance científico no ha respetado las vidas humanas, y ha crecido a expensan de ellas, la propia agresividad y los instintos no respetan ningún obstáculo. El deseo, como marcaron Deleuze y Guattari en su libro el Anti-Edipo, es de naturaleza social. Las máquinas poseen una “arrolladora energía” (BALLARD, 1994: 17), lo que le hace admitir al protagonista de Crash, su “obsesión con las posibilidades sexuales de todo lo que me rodea” (BALLARD, 1979 (b): 39). La misma obsesión por el crecimiento perpetuo de la plusvalía, ese flujo abstracto, que persigue el protagonista de “La ciudad última”: “Aquí la vida depende mucho del tiempo: las horas de trabajo, los sueldos, etcétera, todo se mide con el reloj. Se me ocurrió que si alargáramos la hora, sin que nadie se enterara, por supuesto, podríamos hacer que la gente trabajase por los mismos sueldos. Si yo ordenara que se me entregasen todos los relojes para, digamos, un examen gratuito, ¿podríamos ajustarlos y hacerlos andar un poco más despacio? [...] Si variáramos la duración de la hora, retardando o acelerando los relojes, tendríamos en nuestras manos un potente regulador económico” (BALLARD, 1994: 85). Psicosis y mercancía. El capitalista psicópata y el psicópata capitalista. Utopía y apocalipsis.



IV. Conclusión: ¿qué utopía y qué apocalipsis?
Cuando la sociedad burguesa deja entrever lo que esconde, una “caja de Pandora de mil tapas” (BALLARD, 1983: 49) se abre liberando a la propia subjetividad burguesa de todas las trabas o represiones que la moral le impone. Pero antes que ser una profecía sobre lo que puede ocurrir, es una descripción sobre las bases impensadas de nuestra sociedad. Es la misma lógica capitalista, asociada al desarrollo tecnológico, la que permite y produce un deseo agresivo, violento y amoral.
Esto está claro en Ballard: nada más lejos que una visión moralista sobre el deseo burgués o sobre el desarrollo de la tecnología. Antes que moral, deberíamos pensar que la denuncia es política. Y la realidad que esta ciencia ficción se propone inventar está centrada en el motor mismo de nuestra sociedad: es el impulso autodestructivo y suicida de una lógica psicópata y consumista que instituye una sociedad y un deseo suicidas. La utopía capitalista, siempre alcanzada y siempre renovada repetitivamente, es su propio apocalipsis.

Bibliografía.

BALLARD, James. 1988. El mundo sumergido. Barcelona: Minotauro.
BALLARD, James. 1979 (a). La sequía. Barcelona: Minotauro. 1° Reimpresión, 1984
BALLARD, James. 1979 (b). Crash. Barcelona: Minotauro. 3° Edición, 1996.
BALLARD, James. 1983. Rascacielos. Barcelona: Minotauro.
BALLARD, James. 1994. Aparato de vuelo rasante. Barcelona: Minotauro..
BALLARD, James. 1990(a). Compañía de sueños ilimitada. Barcelona: Minotauro.
BALLARD, James. 1986. Hola América. Barcelona: Minotauro.
BALLARD, James. 1984. La isla de cemento. Barcelona: Minotauro.
BALLARD, James. 1985. El Imperio del Sol. Buenos Aires: Monotauro. 2° Edición, 1988.
BALLARD, James. 1990 (b). El día de la creación. Buenos Aires: Minotauro.
BALLARD, James. 1993. La bondad de las mujeres. Barcelona: Emecé.
BALLARD, James. 1997. Noches de cocaína. Barcelona: Minotauro.
WELLS, Herbert. 2000. Una utopía moderna. Barcelona: Océano

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