lunes, 2 de agosto de 2010

El discurso del cuerpo en Samuel Beckett

El autor es el ser que carece de rostro, que sólo tiene voz a través de la escritura y que “no encuentra sus palabras”. Alain Robbe-Grillet. Angélica o el encantamiento.


Samuel Beckett

i. Introducción.
El discurso del cuerpo y el cuerpo del discurso. Esta intercambiabilidad entre uno y otro se debe a que nos instalaremos en un plano pre-personal en el cual todavía no existen las distinciones entre sujeto y objeto. El sujeto de la enunciación y de la representación todavía no se encuentra constituído, y, a diferencia de una visión estructuralista, ni siquiera el discurso se ha constituído como para producir un sujeto. Cuerpo y Discurso. Qué cuerpo y qué discurso. Un cuerpo y un discurso no sujetados. Nos ubicaremos, de esta forma, en la génesis tanto de uno como de otro, en su propia naturaleza no-constituída, siempre desplazada por su vinculación con la otredad.

Ahora bien, antes de seguir debemos hacer una aclaración. Decimos “El discurso del cuerpo en Samuel Beckett”, pero, en realidad, ni siquiera se trata de Beckett, en la medida en que, al desaparecer la noción de sujeto, también desaparece la noción de autor. ¿Quién habla, entonces? “No importa quién habla”, sólo decimos Beckett como quien dice ‘El sol sale’, es decir, por costumbre . “Yo decir yo por decir algo” . Se trata, así, de jugar con el discurso, de rescatar el humor de textos tan difíciles y complejos. En “La imagen” leemos: “allí bajo el lodo me veo digo me como digo yo como diría él porque eso me divierte” . La crítica a la idea de sujeto nos devuelve, en principio, una primera primacía del discurso. No puedo decir Yo, sino que el Yo siempre es dicho. Esta fue la gran idea estructuralista. Sin embargo, en Beckett suceden dos transformaciones a dicha idea. La primera es la confrontación entre el discurso y el cuerpo. Hay un discurso que siempre es dicho y que me trasciende, del cual, en cierta medida, dependo. Pero, enfrentado a este discurso, se alza un cuerpo que compite por la producción de significaciones. Al estructuralismo hay que cruzarlo con la fenomenología del cuerpo de Merleau-Ponty. Cuerpo y discurso compiten, en definitiva, por la producción de un sujeto.
Ahora bien, Beckett realiza otra modificación. El cuerpo y el discurso serán, uno y otro, «mal visto» y «mal dicho» una vez puestos en acto. Tomados del título de uno de sus últimos relatos, con estos dos conceptos intentaremos representar esta segunda transformación: el cuerpo y el discurso fallan a la hora de cumplir con su función. El cuerpo deviene imperfección, deformidad, mutilación, y el discurso deviene tartamudeo, jadeo, contradicción. Se trata de un inacabamiento, de una dispersión multiplicante, de una potencia de ser. Puesta en acto del lenguaje y puesta en acto del cuerpo. Es en el acto mismo de sentir y hablar donde se manifiesta la naturaleza del cuerpo y del discurso.
¿Quién habla, entonces, en los libros de Beckett? “Qué importa quién hable. Alguien ha dicho qué importa quién hable” . Con esta cita, que es con la que Foucault comienza su conferencia ¿Qué es un autor?, comenzaremos nuestra reflexión sobre las relaciones entre el cuerpo y el discurso. Intentaremos mostrar que, al desaparecer el fundamento del sujeto también desaparece el fundamento del discurso, incorporando, así, la otredad en el seno de la Identidad (tanto del sujeto como del objeto). Por un lado, de la primera parte de la cita “Qué importa quién hable”, surge lo innombrable, el cuerpo pre-personal, la instancia previa al Yo; y de la segunda parte “Alguien ha dicho qué importa quién hable?”, surge el discurso pre-personal, en su pura positividad, desnudo. Dice Foucault: “ni comunicación de un sentido, sino exposición del lenguaje en su ser bruto, pura exterioridad desplazada; [...] el sujeto que habla no es tanto el responsable del discurso [...] como la inexistencia en cuyo vacío se prolonga sin descanso el derramamiento indefinido del lenguaje” .



Francis Bacon

ii. Mal visto
Proponemos pensar el cuerpo en Beckett como el residuo del sujeto cartesiano una vez que la certeza del cogito se desvanece. Pero cuando estos conceptos se encarnan en personajes, e intentan alcanzar el orden geométrico de la realidad, se convierten en bufones, en la mascarada del filósofo . Según avanzamos en la obra de Beckett, sus personajes van perdiendo progresivamente sus identidades hasta llegar a la voz impersonal de las últimas novelas. En todos ellos los cuerpos terminan siendo esa abstracción sin nombre a través de la cual y por la cual pasan las percepciones y los objetos. Ahora bien, como decíamos, esta abstracción está encarnada en personajes que, por lo tanto, intentarán, a pesar de todo, construirse una identidad para escapar del flujo desterritorializante de las percepciones caóticas del cuerpo. En Beckett nos encontramos siempre en este punto de encuentro, en donde ya no existe ni un sujeto de las representaciones, ni un mundo a representar. El sujeto se vuelve un cuerpo innombrable, fragmentado, y el mundo, una serie discontinua de percepciones. Dice Beckett en M||olloy:
Del mismo modo la sensación de mi personalidad se envolvía de un anonimato a veces impensable, como espero haber demostrado. Y así sucesivamente con las demás cosas que se burlaban de mis sentidos. Sí, incluso en aquel tiempo, cuando todo empezaba ya a difuminarse, partículas y ondas, la condición del objeto era ya carecer de nombre, y a la inversa (Molloy, 38).
La crítica posmoderna a la idea de sujeto no nos devuelve un mero vacío, sino ese cuerpo impersonal, ese punto de intensidad a partir del cual “yo” me constituyo y constituyo un mundo. Dice Merleau-Ponty sobre el cuerpo: “lo que le impide ser jamás un objeto, o estar nunca «completamente constituido», es que mi cuerpo es aquello gracias a lo que existen los objetos” ; y más adelante: “La existencia corpórea, que pasa a través de mí sin mi complicidad, no es más que el bosquejo de una presencia en el mundo. Cuando menos, funda su posibilidad, establece nuestro primer pacto con él. Sí, puedo ausentarme del mundo y abandonar la existencia personal, pero sólo será para encontrar en mi cuerpo el mismo poder, esta vez sin nombre, por el que estoy condenado a ser” . El cuerpo aparece como el soporte del ser, como su posibilidad y condición. Pero, a la vez, aleja al sujeto, de cualquier forma de identidad. El cuerpo también tiene un afuera porque es un cuerpo sin límites, un cuerpo que, como dice Diderot, se extiende más allá de la propia identidad como un «enjambre de abejas» . Leemos en Molloy:
Y los confines de mi habitación, de mi cama, de mi cuerpo, están tan lejos de mí como los de mi región en mi época de esplendor. Y el ciclo continúa, dando tumbos, en un Egipto sin límites, sin hijo y sin madre. Y cuando miro mis manos sobre las sábanas, que se complacen en estrujar, estas manos ya no son mías, son menos mías que nunca... (Molloy, 84).
Por esta razón en los personajes de Beckett siempre existe un deseo de hacerse de un mundo, de componer un mundo que, sin embargo, se escapa porque siempre se trata de cuerpos desnudos que viven su propia disolución. De ahí esa necesidad imperiosa de algunos personajes, sobre todo en la primer trilogía, de estar en contacto constante con ciertos objetos: las piedras que Molloy chupa o el lápiz del narrador de Malone muere. Pero, como anticipamos, esta empresa está destinada a fracasar porque la identidad se escapa, se diluye, se desterritorializa. Por ejemplo:
Sentada aquí es como ella se alimenta si es que ella se alimenta. El ojo se cierra en la oscuridad y termina por verla. Con la mano derecha como si estuviese allí ella sostiene al borde del cazo apoyado sobre sus rodillas. Con la izquierda la cuchara sumergida en la bazofia. Ella espera. Deja enfriar quizá. Pero no. Simplemente detenida una vez más en el momento en que iba a ir allí. Al fin en un doble movimiento lleno de gracia lleva lentamente el cazo hacia sus labios al mismo tiempo que con una lentitud similar inclina la cabeza hacia él. Partidos en el mismo instante se reúnen a medio camino y allí se inmovilizan [...] Hela ahí sentada a la Menón y también completamente rígida. Con la mano derecha sostiene el borde del cazo. Con la izquierda a la cuchara sumergida en la bazofia. No es más que un inicio. Pero antes de poder recomenzar ella palidece y desaparece. No queda ante el ojo desencajado más que la silla en su soledad (“Mal visto mal dicho”. En: Relatos, 238).


Francis Bacon

Si el Yo desaparece, lo que queda es este cuerpo caótico, habitado por sensaciones y percepciones sin referentes claros que lo convierten en el territorio de las multiplicidades. De ahí que este cuerpo sea un cuerpo en constante creación, en constante producción. Dice el narrador de Malone muere: “Vivir e inventar. Lo intenté. Debí intentarlo. Inventar. No es la palabra. Vivir tampoco. No importa. Lo intenté” ; y dice el Innombrable: “Lo más sencillo sería no empezar. Pero estoy obligado a empezar. Lo que significa que estoy obligado a continuar” . El cuerpo, sin origen y huérfano, es el origen necesario de todas las cosas, de todas las significaciones.

iii. Mal dicho
Al cuerpo pre-personal debemos enfrentarle el discurso pre-personal. El discurso se presenta como algo dado de antemano. Pensamos ya gracias a un discurso que nos precede y nos constituye. Pero el discurso mismo es no-constituído, es decir, tiene la misma positividad que el cuerpo pre-personal. Esta positividad alude a su carácter constituyente. El discurso se da como la génesis del sujeto y de toda posibilidad de enunciación. Así comienza Beckett su novela Compañía: “Una voz llega a alguien en la obscuridad” . La voz llega del afuera. Y el afuera aparece cuando el sujeto desaparece y cuando el discurso que llega se presenta antes de significar nada. La estrategia para des-hacer al lenguaje metafísico se encuentra en el modo de presentar al lenguaje como un acto que se constituye mientras se enuncia. Es ese mismo acto de habla el que da origen, en Beckett, a su literatura: “Di un cuerpo. Donde ninguno. Sin mente. Donde ninguna. Al menos eso. Un sitio. Donde ninguno. Para el cuerpo. Que esté. Que entre. Salga. Vuelva. No. No sale. No se vuelve. Sólo está. Dentro. Dentro aún. Quieto” . El discurso se vuelve la práctica por excelencia de insertar un cuerpo en un mundo. Dice Foucault: “lo que hace que sea tan necesario pensar esta ficción [la literatura moderna]–cuando antiguamente de lo que se trataba era de pensar la verdad–, es que el “hablo” funciona como a contrapelo del “pienso”. Éste conducía en efecto a la certidumbre indudable del Yo y de su existencia; aquél, por el contrario, aleja, dispersa, borra esta existencia y no conserva de ella más que su emplazamiento vacío” . La proposición “Digo que hablo” desplaza al sujeto de la enunciación, para poner el acento sobre el enunciado mismo, sobre el discurso mismo como una realidad distinta e independiente del sujeto de las representaciones. No existe nada que pre-exista al discurso enunciado bajo la forma de “Hablo”. Esta presencia desnuda del discurso nos pone frente al vacío, y, por eso mismo, es una ficción. Por ejemplo, leemos en Cómo es: “...mecánico por qué porque el golpe en el cráneo tiene por efecto hablamos ahora del golpe en el cráneo por efecto hundir el rostro...” . Y en Rumbo a peor: “Palabras que empeoran cúyas por saber. De ahí por saber. A toda costa por saber. Ahora que digan lo peor que puedan sólo ellas. Sombras todas del tenue vacío. Nada salvo lo que dicen. Nada salvo ellas. Qué dicen. De quien sea de donde sea dicen. Lo peor que puedan fracasar al decir siempre peor” ; y en el final: “De donde no más allá. Lo mejor peor no más allá. En modo alguno menos. En modo alguno peor. En modo alguno nada. En modo alguno aún. / Dicho en modo alguno aún” .


Francis Bacon

El discurso es, en el preciso instante de su enunciación, el que da existencia tanto a la realidad enunciada como al sujeto enunciador. El discurso se pierde en su misma exposición. Y a su vez, arremete contra toda concepción esencialista del sujeto. El último «Dicho» de Rumbo a peor nos separa de la consistencia de la representación, nos aleja de la certidumbre del objeto del discurso, y nos condena al abismo de un lenguaje que se sostiene sólo como acto. Dice Foucault: ““Hablo” en efecto se refiere a un discurso que, a la vez que le ofrece un objeto, le sirve de soporte” .
En el acto pasamos del sujeto de la enunciación, que no cuestiona sus supuestos (el hecho de que hay un enunciado que no puede confundirse con el propio yo o sujeto), a la enunciación misma, al mismo hecho histórico del discurso. En el “digo que hablo” se rompe la distancia de la representación: ahí se da el ser del lenguaje.

iv. Conclusión: ¿quién escribe?
Detrás de cada palabra existe un cuerpo (y viceversa). Del cogito de Descartes al de Husserl, y de Husserl al estallido de la conciencia por todo el cuerpo en Merleau-Ponty. “Si puede aún hablarse, en la percepción del propio cuerpo, de una interpretación, habrá que decir que éste se interpreta a sí mismo” . Al no tener una visión externa, una representación del cuerpo, éste se habla y es hablado:
En pie. ¿Qué? Sí. Di en pie. Al final hubo que levantarse y ponerse en pie. Di huesos. Nada de huesos pero di huesos. Di suelo. Nada de suelo pero di suelo. Para decir dolor. ¿Sin mente y dolor? Di sí para que duelan los huesos hasta que no quede otra que levantarse. De algún modo levantarse y ponerse en pie. O mejor peor restos. Di restos de mente donde ninguna para que quepa el dolor (Rumbo a peor. 21).
El cuerpo «se habla» porque ya no es una unidad, sino ese cuerpo fragmentado delirante, compuesto de multiplicidades que conforman una serie discontinua de percepciones. La identidad es atravesada por la otredad. Cada parte del cuerpo habla cuando nos situamos en el plano pre-personal. Por esta razón no hay síntesis, no hay causalidad, no hay relaciones simétricas. Perdida la unidad (identidad), el cuerpo mismo estalla y se confunde con las percepciones, con todo el flujo caótico de la otredad. Leemos en Cómo es:
...mejor un gran reloj normal y corriente provisto de una pesada cadena la tiene apretada en su mano mi índice se abre paso entre los dedos replegados y dice un gran reloj normal y corriente provisto de una pesada cadena... (Cómo es. 54).
Sólo quedan restos que aparecen y desaparecen sin demasiada lógica. De esta manera, al plano pre-personal del cuerpo le corresponde el plano pre-personal del discurso, porque el discurso se vuelve impresión, percepción: «lo oigo», y lo que oigo es ya un discurso. El discurso, entonces, mediatizado por la percepción: “lo digo como lo oigo” es la premisa de los personajes de Beckett . Pero la reproducción siempre fracasa: «algo allí no marcha», se intercala constantemente en Cómo es, o, lo que dice Molloy: “Y es que siempre digo demasiado o demasiado poco, lo que me apena, pues soy muy amante de la verdad” . Se fracasa porque el que percibe es un cuerpo lisiado, deforme: “Normalmente no veía gran cosa. No escuchaba gran cosa tampoco. No prestaba atención” . El narrador no escucha ni ve demasiado, no ve gran cosa: «mal visto». De ahí la imposibilidad de armar una historia coherente, la propia historia de los personajes, y, como consecuencia, la imposibilidad de armar un discurso coherente sobre los acontecimientos que le dan identidad a ese Yo-sujeto: “Dicho es mal dicho” . Yo soy otro, decía Rimbaud.


Francis Bacon

De esta manera podemos describir los restos del sujeto moderno, los restos de una conciencia transparente en un cuerpo sucio, y los restos de un discurso coherente en un discurso balbuceante. El encuentro, pues, del discurso y el cuerpo. Punto de intersección de un sujeto y un mundo que nunca se reconcilian porque no tienen otro fundamento más que el que se pueden dar en ese mismo punto de intersección.
¿Quién escribe pues? Podríamos decir, toda escritura se produce como una interferencia de un cuerpo y un discurso que siembran la distancia entre un yo y un otro para romper con su coincidencia y volver a interferirlos en su encuentro. Estamos convencidos de que esta es la experiencia de la literatura de Beckett. Asistimos a un golpe certero a la noción moderna-burguesa de «sujeto» por el reconocimiento de la Otredad presente en nuestra propia identidad. Otredad que socava nuestras cómodas identidades y nos obliga, con apenas un oído defectuoso, a aliarnos con la otredad externa y amenazante del Buen Orden Burgués. El compromiso es, antes que nada, con ese Otro que también soy Yo.

v. Bibliografía.

Beckett, S.
Cómo es. Ed. Debate, 1993, Madrid.
Compañía. Ed. Anagrama, 1999, Barcelona.
El innombrable. Ed. Alianza, 1998, Madrid.
Malone muere. Ed. Alianza, 1997, Madrid.
Molloy. Ed. Lumen, 1999, Barcelona.
Relatos. Ed. Tusquets, 1997, Barcelona.
Rumbo a peor. Ed. Lumen, 2001, Barcelona.
The Expelled and Other Novellas. Ed. Penguien, 1980, London.

Deleuze, G./Guattari, F.
Mil Mesetas. Ed. Pre-Textos, 1997, Valencia.

Diderot, D.
El sueño de D’Alambert. Ed. Compañía Literaria, 1997, Madrid.

Foucault, M.
El pensamiento del afuera. Ed. Pre-Textos, 1993, Valencia.

Hoffman, F.
Samuel Beckett. The Man & His Works. Ed. Forum House, s/f, Toronto.

Merleau-Ponty, M.
Fenomenología de la percepción. Ed. Planeta-Agostini, 1984, Barcelona.